Por Marcelo Sastre
“Si quieres que algo se muera, déjalo quieto”; cierra el tema con el que abrió la noche. La temática del tiempo y el cambio es un leitmotiv en el autor: La canción “De amor y de casualidad” tiene una línea temática con “todo se transforma” y a su vez tiene muchísimo de “frontera”, por mencionar pocos ejemplos sin aburrir. Esa idea de ser de todos lados y de ningún lugar y que de todo aquello de lo que nos desprendemos, nos vuelve. Esa energía mística que lo lleva a considerar que “no tenemos pertenencia, sino equipaje”.
Sin embargo, luego de su presentación de trotamundos nos llevó geográficamente a su Uruguay natal: “12 segundos de oscuridad” no sólo nos pone en la piel del caminante que busca y espera la luz, por efímera que sea; sino que también nos traslada al bellísimo “Cabo Polonio”. Alguno habrá conocido el lugar por esta canción. Tal vez alguno, como lo hice yo, habrá respirado hondo en el atardecer de aquel faro y habrá admitido: “Una canción me trajo hasta aquí”.
Y así, en un camino armonioso de belleza y nostalgia nos propone “Despedir a los glaciares”. Como si fuese fácil desprenderse en la vida de algo que nos resulta tan enorme, como si nos fuese fácil admitir que el tiempo todo lo derrite, inclusive por supuesto, aquellos salvavidas de hielo. El grito de tregua llega enseguida, con “noche de asilo”.
Llega el momento de los homenajes y con él, miles de ojos con necesidad de un limpiaparabrisas. Con la humildad de los grandes, Drexler habla sobre sus colegas y se siente un fan más, al igual que nosotros con él. El primer agradecimiento es para Mercedes Sosa, glaciar gigante de esos difíciles de despedir. Escuchar a Jorge cantar “Sea” pero ponerle encima la voz de la versión de Mercedes, era el juego mental de todo un anfiteatro. Juego que continuó con “Al otro lado del río” y esa flor que el destino no quiso que naciera, esa bellísima versión que algún dios, envidioso de tanta belleza, no quiso que se grabara.
Cuando no alcanzaban pañuelos, servilletas ni mangas para restablecerse, recompone el estado anímico con la imagen de otro artista colosal: Joaquín Sabina. “Milonga del Moro judío” tiene de Joaquín no sólo el estribillo que le regaló, sino la técnica de escribirlo en décimas. Pero a Sabina le debe más que eso: le debe aquel empujón del diablo que le hacía falta para
largar la medicina, y saltar la cornisa hacia lo totalmente inesperado: la carrera de artista. “Tú no eres médico ni pollas” dijo Joaquín cuando lo escuchó cantar, con la seguridad del que sabe ver la esencia de las personas, con aquella seguridad que a Jorge le faltaba en ese entonces. Así llegaron los acordes de “Pongamos que hablo de Madrid”. Perdón, “Pongamos que hablo de Martínez”.
Los agradecimientos continúan: abre las puertas de su memoria y corazón y nos muestra un espacio que ocupan nuestros hermanos bolivianos, que abrieron las puertas de su país a los judíos exiliados cuando el resto del mundo se las cerraba en plena Alemania Nazi. Quiso ahora dar la mano a los que nunca le dieron la espalda, y así los acordes de “Bolivia” sonaron a agradecimiento, rectificando valores mundiales que son semilla de resistencia en la era de Donald Trump.
Parecía que nada faltaba en un sonido tan perfecto, hasta que llegó el momento de disfrutar de “Silencio”. Y ese silencio, tan necesario para llegar a la profundidad, se hizo escuchar. Oscuridad. Y el grito de “…bésame ahora, antes que diga algo completamente inadecuado” se manifestaba en nuevos enamorados.
Y del silencio al ruido de la “Telefonía”, y a “Bailar en la cueva” y mucha más alegría para elevar la vibra en el final del show. Final en el que, como uruguayo de pura cepa, se despide cuál retirada de murga, entre la gente. Entre su gente. Que linda la humildad uruguaya, y ese ritmo que parecía decirte en palabras el tan típico y terapéutico saludo charrúa: “Vamo arriba vo´”.
Drexler Domina las vibraciones de la gente que lo rodea, como los grandes artistas. “No estamos aquí en busca de la perfección, estamos aquí en busca de la emoción”, advirtió. Gracias entonces por ser un artesano de emociones. Si, ¿Qué puede ser más perfecto que sentir emoción?
Este militante de las buenas emociones, aún ya sin micrófono, tenía algo más por decir: Un pañuelo
verde se abrió entre sus manos y el grito se hizo liberador para muchos, y ensordecedor para otros.
Cierre de la presentación del último disco con 11 canciones. Perdón, 11 clásicos. Sólo él y su guitarra emanan todos los sonidos que habitan en el disco. Esa relación entre el cantante y su guitarra tiene sentido en un disco lleno, de palabras cuerdas.